Superpones la calma,
una calma geométrica.
Desnivelas remansos
de terraza en estanque,
de boj en escalera.
Acordonas las formas de los dioses
y das principio
al libro en los estantes,
al estuco y los mármoles,
a las victorias.
Agrietas la madera de un pasillo.
La penumbra conduces
por azules y blancos
y, en silencio, filtras
las diez en la capilla,
las cinco en las alfombras.
En el hueco de un banco predispones
un pájaro con cara de marqués,
um macaco que toca la trompeta,
un gato, otro gato.
Ordenas las coronas en sus nichos,
las musas clasificas,
los ángeles, las diosas,…
a cada cual le das su balaustrada.
Subrayas de azulete los refugios,
cubres de parra el cenador.
Las janelas orientas a los árboles,
a las huertas que zumban,
al cuerno del que caza, a la saudade.
Amalgamas retiro y elegancia,
destino y aureola,
intimidad,
batalla, portugués, ruta y colonia.
Asumes la quietud de cada flanco
y aún resulta
difícil no sangrar por su azulejo.
Palacio Fronteira de Salvador García Ramírez
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