Y bajamos la cuesta de la luz.
Era una tarde de marzo y el aire
una caricia hilada del pasado,
un susurro dorado que iba ardiendo
en las copas acres,
en las aceras de plomo,
en los veleros perdidos por aquel mar naranja.
Supimos que otros hombres de otro tiempo
distante de este sol que se deshace
vinieron en tu busca en otro ocaso
con la sola querencia de escucharte.
Y bajaron la cuesta de la luz.
Divisaron de lejos los postigos
y los sauces naciendo sobre el muro;
era también aquél
un atardecer de marzo
y en el aire danzaban las palabras,
y tu verso latía entre las copas rojas,
en las aceras de bronce, en los barcos
llegados a tu puerto de acacias desde el mundo.
Tú estabas allí para aguardarles
con tu mirada gris de tardes largas.
Y todos acudían a que oyeras
sus sueños de papel y peregrinos.
Y bajaban la cuesta de la luz.
Ayer bajamos nosotros
tu cuesta de la luz.
La puerta de la verja está oxidada.
Las acacias ahogadas en la tierra.
Los sauces ya crecieron y espumosos
han vertido la niebla en tu jardín.
Sólo queda tu nombre en esta calle.
Y subimos la cuesta de la luz.