y nada sino yo es el precipicio:
sobre los desvencijados telares de los sueños
no hay polvo ni sombra que pudiéramos
trabajosamente arañar ahora
para encontrar razones
que la vida hicieran fácil,
razones, espejos con nombres o tan sólo
alguna memoria y algún bache.
No hay razones, espejos o siluetas de muchachas
o de nombres. No hay nada aquí, aquí
no hay nadie. Las virutas de unas voces oigo,
de unas oscuras voces que son muchas pero
que sobre un mismo abismo forman una:
el desierto de mis ojos les da nombre.
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