Óyeme esta canción que en mí te nombra
carne para la fruta necesaria.
Cuando la soledad
bajo tu nombre oída y apretada,
Cuando yo era como niño enterrado
a quien llaman por su nombre pasado,
y responde, y no se oye en sí mismo;
Y mi mano en el fondo,
confundida,
tenía ya atisbo, llave, forma mía,
Y se sentía más arriba del pecho y del abrazo
como corona alegre y consumada.
Tú me llamabas a tu nombre,
y vine,
con clara identidad de nacimientos,
con la veraz acostumbrada gracia
con que sueñan su honor las catedrales.
Tú eres ya de día junto a la noche.
Ya soy contigo el día,
y en virtud de la ausencia en que me evoco
miro cómo mi forma me comparte,
cómo respiro en pelo y a mansalva,
por dentro de mi voz y no a lo largo.
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