Saciados el estómago y el sexo,
¿qué queda?
Mullo el vientre calmado de mi amiga,
que entrecierra los ojos
y apenas corresponde:
un roce, como ondas
erizando sus hebras.
Desnuda, libra
la gravedad
de los acantilados
bajo el plácido vuelo
de los pechos
(el corazón,
poroso y rojo,
serena nuestro canto en su caverna).
Si se ovilla
es un monte que ofende en la sabana
la aridez del ocaso,
Y late
con pulso adormecido
una respiración secreta, vegetal:
oigo el musgo crecer sobre su pelvis.
La calavera rumia el sueño de su vida
como el mar en las conchas deshabitadas:
¿Qué reverso del mundo
he de aceptar por no quedarme solo?
Y este beso, ¿se filtra
como vaho en su hipnosis?
¿Es el aliento dulce del incienso
o acaso niebla baja
que sonrosa los bordes
de mi amiga?
Duerme,
duerme sobre nosotros
un cielo ensimismado
mientras cruza su frente
esa nube que apaga,
un momento, la tarde.