Todavía mis ojos, por tus ojos,
en tu alma, como el día del encuentro;
que el amor, como siempre, nos presida,
pero ya nunca lo nombraremos.
Mejor la insensatez de nuestra efímera
voz sonando en lo eterno,
puestos en entredicho tus románticos,
dueña, la Geometría, del sendero.
Luego la noche, que nos gane, hondos,
humillados al fin, para el silencio;
y luego la sal, mía, de tus lágrimas,
y mi frente, servil, sobre tu seno.
Para no separarnos, detener
el ritmo universal en nuestro aliento;
y ¡qué prisión!, después, sabernos solos,
pero tan frágiles y tan pequeños.
Y para no olvidarnos y el olvido
míralo, en ti y en mí, mujer ¿qué haremos?
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