Como raudas torcaces invisibles
uniendo con sus alas lejanías,
sobre la mar brumosa del olvido
mis pensamientos cada noche cruzan
el tiempo que separa, para siempre,
nuestras islas hundiéndose en las olas.
En sus anillas llevan temblorosos
mensajes que son brasas, que son labios,
que son besos soñados hondamente.
Si alguna vez, ilesa, una paloma
alcanza las arenas de tu pecho,
por los veneros de mis venas suben
pleamares de incendios y de soles.
Otras veces, perdidas, su destino
no es otro que las garras del azor
de la desesperanza y la tristeza.
Mas qué importa morir en la penumbra
cuando nada se espera ya del día
y un recuerdo es tan sólo el horizonte.
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