Sentada a media luz en mi rodilla,
y una sonrisa tenue y luminosa
como las alas de una mariposa,
me reclinó en el hombro la mejilla
y abandonóse inmóvil, silenciosa.
Se me quedó dormida entre los brazos,
niña interior, aunque mujer externa,
un tiempo apasionada, luego tierna,
frágil hoy con el alma hecha pedazos,
mañana con impulsos de galerna.
No me quise mover por no alterarla,
y dejé transcurrir el tiempo lento,
con el temor de que hasta el pensamiento
pudiera, al agitarse, despertarla,
destruyendo la magia del momento.
Y así quedó, colgada de mi cuello,
dormida en mí, sin dudas y sin prisa,
y hasta su soplo refrenó la brisa;
y al fin, acariciando su cabello,
hice anidar mi beso en su sonrisa.
Añadir un comentario