He vuelto
después de cinco años.
Y sola estaba la calle
para mí.
Este viejo viento
que conozco desde niño,
caracoleó un poco en mis cabellos
y se quedó ahí de pie, y alegre
tal vez por mi regreso.
De los amigos,
ninguno estaba para verse.
Casi todos siguen lo mismo,
me dijeron vagamente,
pero su piel
se ha vuelto grave ya.
Casi todos también
laborando en la sombra,
dejando
con su vejez
una dura y amarga constancia
de su lucha.
Algunos, sin embargo,
se han cansado ya y le dieron
las espaldas al pueblo y a su frente.
Para poder comer y dormir
mejor
se despojaron de sí,
se convirtieron tristemente
en el gusano que odiaban
y ahora reptan,
hondo,
en la inmundicia,
donde se hartan
junto a las bestias.
A pesar de todo,
han sido muy pocos
los traidores,
los que un día
temblarán
ante la furia
múltiple
del pueblo
y pedirán perdón
y serán dura,
cierta,
justamente
castigados,
porque ellos
siempre supieron
lo que estaban haciendo.
He vuelto
después de cinco años.
Y nadie
pudo acudir a saludarme.
Ni aún aquellos
para quienes he vivido
luchando, gritando:
‘¡Vosotros sois grandes,
poderosos, y unidos podéis
hacer más llevadera la vida.
Subleváos!’
Ni aún ellos me recuerdan.
Mis compatriotas
siguen y siguen sufriendo
diariamente.
Tal vez ahora
un poco más que siempre.
He vuelto, digo.
Y estoy aquí
para seguir luchando.
Y aunque,
a veces,
me ardan otras lunas
muy lejanas y muy bellas
en la piel,
me quedaré con todos,
a sufrir con todos,
a luchar con todos,
a envejecer con todos.
A su regreso,
dirán después los hombres,
no hubo nadie, no hubo nada,
a no ser la calle sola.
Y este viejo viento
que conoció de niño,
hace ya tanta estrella
y tanta, tanta lluvia.