¡Para mí no vale!
¡No juego! ¡No contéis conmigo!
(Nadie te lo pide; no te han invitado.
Pecador de poco juicio y mal provecho,
la fiesta no es para ti.
¡Ni traje nupcial traes…! ¿Qué pretendes
y qué denotan tantos aspavientos?).
Mujer, no me beses: te contagiaré
la llaga de la boca, o la del corazón.
Echa adelante o te rezagarás.
Muy bien, me habéis dejado solo a la orilla del camino
Me gusta esta llovizna y este relente,
la noche que pasa como un leve duelo.
Así, de espaldas al fango, cara al cielo
siento que soy, muy desdichadamente,
un hombre, y que soy yo.
Amigos, no lo sabréis nunca
pero os amo a todos
sólo porque os parecéis a mí.
(¡Hoy, quizá tan sólo hoy,
estoy enamorado de mí mismo! ).
También al que me rechazaba por leproso.
Me llega la música que danzáis
al oscurecer, sosegadamente
(¡la edad, la grasa, la presión!);
debe ser en el claro, buen lugar,
de encinar de can Pedrell,
mientras los espliegos huelen de uno en uno
con la refrenada envidia de los humildes.
¡Humildes, ja ja! ¡También yo soy humilde!
(Más bien diría resentido).
La casita y el pequeño huerto no me tentaron;
tenía un caserón y un jardín;
sonreía como el orate que no sufre,
saciado inexplicablemente
entre hartos, y vecino miope
de los incontables rabiosos del puño
-enarbolada, mutilada cruz-;
la mala sangre, que llama a la sangre,
prójimo de nadie,
ángeles pestilentes y andrajosos del Dios
que adora el favorito de rodillas
cuatro segundos, desde hace diecisiete siglos,
y siempre, siempre bendecido
a diestro y siniestro por enjoyadas manos.
«¡Oh cerdos inverecundos!» -como decía aquél;
y añadía luego: « ¡Oh cerdos lascivos!».
Pero esto son monsergas, sin embargo,
superadas felizmente por el vividor
y por la patrona que rige como es debido
pupilas complacientes con los parroquianos.
Buen señorito, que tiene pensado
para un verano, quizá el próximo,
encerrarse con catorce más
y un levita retórico y avispado
ocho días en Vallsoma, aire de pinos
y cocina sana y abundante.
Pero no quiero juzgar, ¿tal vez me compete?
Me iré y me voy
cobarde como soy, y delicado, y yermo.
Y lloraré, solo, por mí,
deshechas lágrimas finales
mientras se acerca cojeando el olvido
o un retoñar con mejor cara, ¡oh, Dios!
Y si me sobran, lloraré por todos.