¿Dónde pernoctarían el largo y frío invierno,
en qué nido de musgo o en qué resto de brasas
para exultar así, serenos, diamantinos,
en las aún desnudas enramadas de marzo
al despuntar el alba en la ciudad?
¿De qué astro de cólera y sonido
me arrancó ese llamado sigiloso,
qué densas capas de miseria y pánico
de humo y de salsa loca del Caribe
hube de atravesar como un Lázaro ebrio
para escuchar al fin, con sentidos ya castos,
porque lavados en vuestros arpegios,
el hondo diapasón de la tierra, el aliento
de la vida sin nombres, ni memorias, ni tiempos?
Lo cierto es que una rabia confusa y un espasmo
de dolor agudísimo se fue haciendo sollozo
por nuestra vida mala, por nuestra suerte atroz.
Y que sólo tus brazos
abriéndome los negros precipicios del sueño
pudieron suturar la fulminante herida
o aplicar el beleño que alivia sin sanar.