El cartel claramente la anuncia:
Prohibido.
Y lo subraya: No arrojar la basura.
Y apagadas celindas,
diminutas, sin orden. Pareces responder
a su mirada. Llevas
un bonito vestido. Sí, no empieces
otra vez. El crepúsculo
siempre es triste. O acaso
era al amanecer. No la recuerdo.
Nunca me lo habías dicho
antes. Llueve. Corramos
hasta un cine. No importa. Tú acabas de cumplir
veinte años. ¿Me quieres
o no? Sí, tal vez no me quieras
ya. Qué fragante la noche.
De las celindas sube un tenue olor
que nos envuelve, cálido. Por siempre.
Nos amaremos siempre.
Cómo has cambiado, amor.
¿Cuánto tiempo? Sí, llevas
un bonito vestido.
Se hace tarde. Me esperan.
Ahora, incluso te esperan. Ya lo ves. Y a ti ¿cómo
te va? Junto a estas tapias
derruidas, el tiempo
parece detenido. Miras
desvanecerse en humo tantas flores silvestres
sobre el sucio cartel. Qué poco queda
de nosotros, ¿verdad? Aunque ya qué decir.
Meditar en silencio. Sí, volvamos, es tarde.
A menudo prefiero
ir en silencio. Ahora
todo es distinto.
¿No te molesta? No. Me da igual. Amor mío,
cuánta tristeza inútil.
Y oyes vibrar el viento entre los matorrales.