Ha sido un día raro. Estás tumbada
junto a mí.
Casi puedo escuchar la marea
de la sangre en tu piel
y el deseo que llena tus manos de leones.
Luego, apagas la luz.
La noche salta
como un pez de tu corazón al mío.
Y sin embargo hay algo.
En realidad
no sé qué es.
Pero aquí está.
Es extraño:
de repente, me digo: -Cada hombre
lleva una pala para cavar su propio Infierno.
Me pregunto qué he visto,
dónde estaba,
la razón; imagino
la tarde entera: el bar cerca de la autopista,
la ciudad
debajo de la lluvia igual que un barco hundido;
y algo que yo te dije
y algo que tú dijiste: -Si no sabes
por qué lo has hecho, nunca sabrás por qué ha pasado.
Pero no veo nada,
ningún dato,
ninguna relación con el Infierno.
Entonces
miro adelante, busco
las palabras que tienen lo que quiero decir.
Y ahí tampoco hay nada:
Hay la azotea roja;
hay el gato que atrapa un pájaro y devora lentamente mis oj0s.
Tú sigues a mi lado.
Tu corazón golpea dentro de la mujer
dormida, igual que un perro ladrándole a las tumbas.
Me pregunto,
después de tantas cosas,
cuando cada hora quema
su selva entre mis manos,
me pregunto
qué es lo que sé de ti;
si tal vez, como dice Marianne Moore, lo importante
de lo que vemos es lo que no vemos.
Y no encuentro respuestas.
Ni caminos
por qué volver.
Enciendo
una luz,
abro el libro,
cierro el balcón.
La noche
se reúne a sí misma, se marcha de nosotros
con su cielo vacío,
con su dios que se lleva
algo de nuestras vidas a su ciudad deshecha.
Abro el libro
mientras que en el tejado se mueve la serpiente
azul del agua
y sigues
junto a mí
y por tu corazón se alejan los tambores
y escribo la palabra árbol y en ese árbol
crece
tranquilamente
la palabra naranja.