rojas, de irrefutable arcilla humana,
las que han de herirme a su pesar mañana.
¿Suyo es mi ensueño? Míos son sus vanos
reinos de laberintos y de arcanos.
Yo sé muy bien su condición rufiana,
y cuánto pierde aquel que siempre gana
salvo ante dos asaltos soberanos.
¿Qué valieron sin mí, qué ha perdurado
de cuando se incendiaban como estrellas,
de cuando las besaba sin quererte?
Una ceniza de oro desplomado,
unos destellos que no fueron de ellas…
Rosas de trapo en manos de la muerte.
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