Último amor de Anastasio de Ochoa

Es bello, sí, en la aurora risueña de la vida
El palpitar primero de amante corazón;
Bello sentir brotando del alma sorprendida
La perfumada lágrima de la primer pasión.

Bello, como en mañana se ve de primavera,
Blanco espino en los bosques florido aparecer; amoroso.

Tierno, cual joven madre siente la vez primera
Nueva preciosa vida su seno estremecer.

Sí; ¡recuerdo dulcísimo, memoria encantadora
Que desvanece efímera la sombra de otra edad!

Cuando pasó el perfume, la brisa de esa aurora,
Nada ¡ay!

al alma deja la amarga realidad!

Mas ¡ah!

si en pos las nieblas de una estación más triste
Tienden sobre la vida su cárdeno color.

Y en prematuro otoño el corazón se viste
Con las últimas flores del árbol del amor.

¡Ah!

más tierna, más bella, más esplendente y pura
La luz de ese crepúsculo se esfuerza a revivir;
Con fuerzas más volcánicas el corazón apura
Las últimas delicias de amar y de sentir.

Cual aves fugitivas a su antigua enramada,
Las ilusiones tornan del juvenil ardor.

¡Oh!

¡cómo encuentra entonces el alma fatigada
De olvidados placeres, el último, el mayor!

Cual retirado albergue, cual templo solitario,
Del mundo en los confines parece la beldad;
Es más que nunca el ídolo que eterno en el sagrario
El corazón eleva, de su honda soledad.

Que es solemne, sublime, un pecho lastimado
Ver.

que el mundo con lágrimas abrevó y con su hiel.

De pasiones herido, de penas desgarrado.

Batido de los vientos de la fortuna infiel.

Olvidando pesares, fortunas y pasiones,
Y su inconstancia misma, de un ídolo a los pies;
Y adormecerse en sueño de infantiles visiones,
En los brazos de un ángel.

para morir después!

Así fue un tiempo, hermosa, que si ángel pareciste
A mis ardientes ojos, de esperanza y de amor,
Entre sombras de dudas, y de silencio triste,
Dejé venir misántropo la noche de mi horror.

Más hoy.

jamás idólatra tanto subió, y sincero,
Arrebatado el éxtasis de la primera edad.

Cuando mi voz te dijo: -Tú eres mi amor postrero,
No, no empañaron dudas la fe de mi verdad.

¡Verdad, verdad!

bien mío.

tu angélica hermosura
Tenga en mi último voto su triste galardón.

Destino reservaba la suerte a tu ternura
De entregarle aherrojado mi inquieto corazón.

¡Verdad!

que un día al menos de este vivir de duelo
Que del mundo en los límites tú sola endulzarás,
Descanse en la promesa con que me liga el cielo.

Después de ti, ángel mío.

yo no amaré jamás!

Santa como la tumba sea esta fe jurada,
Santa como postrera, si triste, mi pasión,
Y santos, recibiéndolos tu imagen adorada,
Los últimos suspiros que exhale el corazón;
¡Y eternos!

que a tus plantas ya no serán fugaces
Los que del borde se alzan.

tal vez de un ataúd;
Eternos, ya que un tiempo, creyéndolos falaces,
Los sofocó adorándote mi ardiente juventud.

Hoy ven, amada mía.

Sé el árbol postrimero
A cuya sombra plácida me siente a reposar,
En cuyo aroma aspire fatigado viajero
Perfumes que no tienen la rosa ni azahar.

Ven a tomar mi vida, mi frente fatigada,
¡Ay!

si oprime tu seno, reclínala a tus pies;
Mulle de tus caricias la postrimera almohada,
En que repose el alma.

para morir después!

Y una sonrisa tuya sea el purpúreo rayo
Del sol que alumbre espléndido mis horas de vivir.

Tu voz, la melodía que en mi final desmayo,
Preludie las que pueda sobre el Empíreo oír.

Y tú aliento balsámico la brisa que me oree,
Y un beso de tu labio la regalada miel,
Que al despedir al mundo mi labio paladeé,
Tras el amargo dejo de su copa de hiel.

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