Una voz de Anastasio de Ochoa

Yo conozco esa voz: a su sonido
Todo mi ser se estremeció temblando;
Hela subir cual bélico alarido
A los cielos mi muerte demandando.

Conozco ya esa voz: un tiempo ufana
La señal dio de paz y de alegría.

Hoy retumba cual lúgubre campana
Que a la alta noche anuncia la agonía.

La oyó mi corazón la vez primera,
Y entre aromas y púrpura sonaba.

Fue el céfiro vital de primavera,
Y amor, amor, su acento pronunciaba.

Ahora se eleva de una tumba oscura;
Nube la sigue de terror secreto;
Aún pronuncia aquel nombre de ternura,
Pero es quien le pronuncia un esqueleto.

Agigantado, aéreo, luminoso,
Vedle alzar la vengadora frente:
Lánzame ese gemido doloroso,
Y se hunde entre las sombras de repente.

Do quier que vuelvo mi aterrada planta,
Allí me sigue, inseparable sombra;
A cada paso airada se levanta,
Mi nombre dice, y otro ser me nombra.

Óigala entre la espuma del torrente,
Óigala en el bramar del torbellino,
En el sordo murmullo de la fuente,
En el tronar del piélago marino.

Ya, como aterrador remordimiento,
Mi sueño torna en convulsión inquieta;
Ya despierto a su estrépito violento,
Cual si escuchara la final trompeta;

Ya del placer el desmayado instante
Con bárbara ficción remedar quiere;
Ya en resuello profundo agonizante
Imita las congojas de quien muere.

De quien murió.

¡Gran Dios!.

De quien me llama
De quien me emplaza a su desierto asilo,
De ese tremendo ser que me reclama,
Que ni en la tumba me miró tranquilo.

Obedezco te ya, voz misteriosa;
Heme sumiso a ti como en la vida;
Heme postrado ante la yerta losa;
Ve tu incesante petición cumplida.

A pasar van cual tu vivir amargo
Los lentos días de mi amargo duelo,
Y será más profundo mi letargo,
Que mi tumba también será de hielo.

De ti quedó un recuerdo de hermosura,
De ti la sombra que implacable miro,
De ti esa voz de muerte y de ternura,
Ese que vaga universal suspiro.

De mi existencia oscura, solitaria,
No quedará ni voz, ni sombra leve:
No habrá en mi losa funeral plegaria.

Nadie que un ¡ay!

por mi memoria eleve.

A nadie llamaré, ni quien se asombre
Habrá en el mundo a mi nocturno acento;
Ni como el tuyo mi olvidado nombre
Eco será jamás de un pensamiento.

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