A mí dame las nubes, ellos
pueden quedarse con el viento
ahora sin nada para empujar.
El grito del afilador, las hojas curtidas
de enero y febrero y todos los demás
sonidos humillados. Ves la lluvia
cómo a ratos pierde fuerza
sobre el capot de un auto que pasa.
Hombres nacidos del mismo parto
estorbándose unos con otros
por la escalera mojada
hacia los cuatro molinetes del subte.
Alejarse y morir en un segundo.
Y hay palomas que se pisan y zurean
en una cornisa de la Concepción
sucia de hollín, esos metecos
refugiados en el atrio
para con dedos cuarteados trenzarse
en discurso de tortuga.
Y la florista que arma el ramo
según se le indicó, tan parca,
tijeras en mano tzac tzac casi maníaco.
Hasta un robot pondría más sentimiento
tratándose de simples tallos.
Un amante de la comedia humana no debería hacer pactos de pudor con sus semejantes de Daniel García Helder
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