Ante el dentudo acoso de sus sabuesos,
nosotros salíamos siempre en debandada.
Así,
dejábamos coches, gallinas, chuchos
y, ardiendo todavía sobre la leña,
la sagrada y redonda tortilla.
Así andábamos: como pedazos despedazados
de un solo y único cuerpo
que debe ser el pueblo.
Poco a poco, sin embargo,
las uñas están regresando a sus manos,
las manos a sus brazos,
los brazos a su cuerpo.
Y también los ojos, que cada vez ven más claro
en medio de la noche más cerrada y llorosa.
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