(Elegía paternal)
Este que traigo ahora con mis papeles es un libro recio
y sombrío, como un redoble de tambores enlutados.
-Eugenio D’Ors, Grandeza y servidumbre de la inteligencia.
Bajo la tierra estás inerte,
pero exorable y compasiva
con su beso te dio la Muerte
la perfección definitiva.
Eduardo Castillo.
EL VIENTO LOBREGO de hendidas garras
temblando viene de comarcas misteriosas.
El viento lóbrego de ateridas flácidas carnes
de perro humillado y ululante,
negro heraldo de agüeros funestos,
viene de países horrendos en que el espanto medra,
de foscos febreros echado.
No le vemos los ojos de carbunco, de horror y de crimen,
no le vemos las fauces, en que espuman asordadas voces,
no le vemos los pies claudicantes,
no le vemos los pechos violentos;
sentimos su fuerza ruda, el empellón con que pasa
tumbándonos en lagos de asfalto de miedo:
queremos franquearle el paso, y nos azota,
y sus afiladas garras yelorosas
en la garganta epiléptico nos hinca,
asesinándonos pavoridos estertores de sombra.
El gran viento luctuoso viene de las pampas del sueño,
de los eriales de la angustia,
de los desiertos desnudos como jóvenes sombríos
al suicidio predispuestos, del dolor evadidos.
El viento en la noche amarga cruza,
maquinista de locomotoras de pesadilla
que en nuestro corazón se estrellan
aparatosamente en mudas catástrofes sin tiempo ni testigos.
El viento cargado de dudas, huye,
y en su desazón nos arrebata.
El viento malvado con crímenes de siglos a la espalda
y anarquistas cóleras en el pecho se atorbellina
y hacia el vacío nos proyecta
por entre un turbión de deshechas alas,
por entre un dilatado pánico de estrellas.
El viento negro, el viento mendigo nos hurta monedas de clamores
y nos deja haraposas soledades
y solitarios amores de miseria.
…Al viento lóbrego confío en la noche amortecida
mi carne escéptica y mi sueño,
mi angustia y mi canto.
AHORA SOY NO MAS el joven luctuoso
que en la noche sin límite se pierde,
ahora soy no más el joven luctuoso.
Van delante de mí sombríos pasos,
pasos sin dueño y voces no emitidas.
Perros de luna ladran a las tierras ocultas
por submarinos soles bañadas.
perros de lunas de invierno maceradas.
No distingo mi sombra dentro de mí acurrucada
y en los espejos de la distancia
mis pies resbalan taciturnos y miopes,
caídos de un sediento mundo
escapado de las manos de Dios.
Pero ahora soy no más el joven luctuoso
que pule el marfil de su actitud no esperada,
del dolor huésped desventurado,
amargo y silencioso como árbol sin raíces
apenas por las espaldas de contrarios vientos sostenido.
He perdido mi país de nubes.
mi pañuelo de expertos adioses,
mis lanzaderas de golondrinas,
mis manos calladas,
mis carabelas,
mis alas.
He perdido mi país errante,
y ahora soy sólo el joven luctuoso
de la noche desdeñado,
de la luna, de la sombra, de los sombríos huertos,
de los fúnebres jardines, de las negras fuentes,
de los pálidos pozos, de las lentas estrellas,
de las tiernas guirnaldas, desdeñado.
Dónde mis pies! ¡Dónde mis alas!
¡Dónde mis risas tempestuosas! ¡Dónde mi silencio
de tétrico doncel desvariado!
(Narciso, ya serás
bosque de sauces a la orilla
del gran río del llanto.)
Ahora me ladran perros de emigradas lunas,
ahora me huyen los fantasmas cotidianos
y las campanas, ahora me huyen.
Porque soy el joven luctuoso,
porque soy el portador de las lágrimas perdidas,
porque he perdido las islas del día,
porque he roto los cauces de la noche
y los diques del llanto,
porque he destrozado los puertos
de los oscuros litorales de la vida.
Porque soy no más el joven sombrío
ebrio en los laberintos de su luto,
vino negro, viento negro, negro abrazo del cielo negro,
luctuoso y sombrío como los perros sin luna,
como las abandonadas lunas sin tierra
en las órbitas de la angustia perdidas.
TENDIDO ESTAS, isla inmóvil
Ya en la densa mar del tiempo.
Los riachuelos azules de tus venas
Se desperezan sin rumor por los cauces de piedra de la muerte,
húmeda lava de la muerte.
Sobre tu pecho,
pálidas manos decaídas, sin voluntad de alas,
custodian las puertas del sueño.
Ultima luz de mayo
acunan almohadones de sombra en tus ojos,
abiertos ya del otro lado de la vida,
a lunas de tierras extraviadas,
a estrellas fugaces de cielos del todo nuevos
para tus ojos de recién llegado a otra vida.
Isla intacta -equilibrio intemporal, dichoso aplomo-
una onda de lágrimas,
una espuma de plegaria,
una herida ráfaga de sollozo
acuden a tus costas, nimban tu contorno.
balandros de flores naufragan en tus orillas.
Pero ya la sorda corriente de la muerte
tus raíces de profunda tierra taja
y a impenetrables mares de soledad te arrastra.
Tibia corona de laurel antiguo,
mi abrazo quiere ceñirte,
tibio beso en la frente helada, quiere detenerte.
Tu escolta de cirios lacrimosos
sondan la sombra de las escalas de tu viaje.
Vestido ya de negro y plata,
viene a besarte el viento de las estrellas de la calle.
viene de tus mundos perdidos
una voz que sólo tú oyes
(En su prisa nos atropella
hace temblar los cirios veladores,
se arrodilla a decirte adioses
de tus cosas estremecidas, huérfanas
de tu tutelar amparo, de tu sosegada pertenencia huérfanas.)
Las ojeras de la aurora
tu palidez espacian, pronuncian tus perfiles, y te haces más isla, más isla,
más mundo que desaparece,
más propiedad irrescatable
de las enemigas manos de la muerte.
Un silencio de flor
encristala la anchurosa luz de tu semblante.
AMIGA SILENCIOSA,
Silenciosa amiga, cándida Eco,
tómame las manos, doblega mi cabeza,
apaga el latido frenético de mi sangre,
amiga silenciosa,
porque ahora estoy triste como los barrancos
en el crepúsculo,
porque ahora el tiempo sobre mis hombros pesa
y negras cadenas nocturnas
a los pilares de subterránea noche me encadenan.
¿No oyes gemir el viento, el negro viento
detrás de las vidrieras?
Acállalo, Eco,
¡pero no te apartes de mi hervoroso miedo!
He oído su voz llena de tierra, llena
de amargas sales de viaje,
llena de silencios entrecortados. De sombras. De soledades.
Sus pasos eran rúbricas misteriosas en la arena,
Y yo sabía que venían a mi corazón!
Me tenderé en la arena de los cementerios,
en el playón de plata de la muerte,
para sentir que resbalan sobre mí los pasos
de sus palabras.
Me llenaré del rumor de sus palabras,
de su eco,
y pasaré junto a la noche como un vendedor de cántaros,
temeroso de que en las paredes de la noche se destrocen.
He oído su voz llena de tierra,
desenterrada y triste, mineral,
que de remotos países habla,
que a desconocidos fantasmas invoca,
que a mortuorios viajes invita.
En la memoria del aire
su voz reconstruye sus cúpulas y sus arcos,
pura y nítida ya, sin residuo humano,
ya sangre de cristal, suspiro casi, no gemido,
pura y nítida ya.
No me digas nada, amiga silenciosa, silenciosa Eco,
para que sólo escuche, contra tu silencio,
la voz perdida, incólume;
su acento que gotea tiernas mieles azules
en las bandejas de luz del día,
su voz grabada en los nocturnos discos del sueño.
irrecuperada.
YO SE QUE ESTA LLUVIA de junio martilla
la húmeda argamasa y el grave ladrillo de tu sepulcro,
barcaza inmóvil en que eres
cargamento silencioso de la muerte.
¿De qué te habla, de qué te habla
la lluvia?
Te habla de las ceibas abrumadas
de tu familiar paisaje;
de los montes velados;
de los inviernos que corrieron bajo tus pies.
te habla del tiempo que no muere.
Te habla de Cubas calientes y doradas:
en el aire luciente, vívido aluminio,
esbeltas mulatas de canela y ron;
entre manigua y cañal,
entre tabaco y nopal,
correrías de insurgentes,
hazañas de guardia civil.
¡Sargento!, joven sargento,
cuidado con su capa de añil,
cuidado con su corazón de abril.
De Españas de cristal, sonoras,
vino escarlata, sol generoso, y en las rodillas trajinantes, ¡qué juventud!
De tu líquida Galicia en atlánticos ojos de esmeralda demorada,
-Pasos umbrosos, reposadas rías
en que tu cuerpo de niño astilló cerúleos espejos,
rúas de balbuceantes casonas,
robustas mozas de manzana y miel, como templos, como mundos;
tamboriles de romerías, zambombas de Navidad,
gaitas que entregan quejumbroso dialecto a la muda nostalgia, a la saudade enclaustrada
de tu gota de sangre celta,
de tu grano de ensueño godo.
yo sé que la lluvia te habla
con mil bocas de cantar.
Sus caballitos de vidrio
rompe en la tierra, como si quisiera jugar.
¿ Sabes? Ya desbordan ríos, en el ámbito de tu geografía,
ya mugen mares, ya se desfondan montes,
ya se quiebran cielos, cielos de metal en relámpagos de azogue,
ya gimen desnudos árboles desnucados,
ya se derrumban pájaros de barro, por la lluvia carcomidos,
y tú no sales,
y tú no sales del estanque de hielo de tu sueño!
Que no te diga más la lluvia,
que no te diga sino que es mi llanto,
colérico, desesperado, amante y triste,
mi llanto que para despertarte,
bajo el viento negro,
Mares Muertos sobre tu sepulcro vacía,
Mares Muertos de amargura.
COMO LA LUZ TRISTE del sol que en las tardes
emplomadas de lluvia -desesperadamente-
entre los hombros de las nubes se abre paso,
como la luz triste y entumecida
que sobre el musgo cae y en la hierba rebota,
como la luz triste, viajera equivocada,
que todos se niegan a recoger
alegando que no es la luz verdadera,
así es tu ausencia.
Inútil que me engañen tus cosas abandonadas,
inútil que las ampollas olvidadas y los frascos,
el tímido algodón y el servicial alcohol,
finjan esperarte en detenida tregua;
inútil que tus anteojos y tu silla
a otro mundo espíen sobrecogidamente, aguardándote.
Florecerán rosales desterrados de tus ojos
flores de Candelaria se quemarán en grada vesperal,
atónitas naranjas suspenderán en el aire palpitante
senos de muchachas virginales;
flores de pascua gritarán tras los cercos
a los donceles de diciembre en fuga;
enamoradas de los esbeltos helechos,
las pomposas bougainvillias vestirán lujos de burato y fuego
para que Pablo Veronés las pinte,
y las rubias amandas desdeñadas
apaciguarán su fría, superficial indiferencia
para ensayar vuelos de lastradas mariposas,
viniéndose a tierra en repentinos otoños sólo suyos.
Tú no vendrás, tú no verás, tú no estarás,
nunca, nunca, nunca,
sino en mi lágrima y en mi sueño y en mi canto,
en mi peligro y en mi diálogo,
en el orden circunspecto de la luz que me circunda y me atañe,
en la tolerancia de mis sentidos,
y en la persistencia del ademán que antiguos fantasmas repudia
para estar contigo a solas en la penumbra
de la frontera secreta de la muerte,
tú un paso maduro en la vida adelantado,
yo a la muerte un delirante paso dirigido
como de melancólico joven en el viento suicidado.
DICEN QUE HAS MUERTO.
Yo sé que es mentira. ¡Yo sé que es mentira!
Tendido sí, inmóvil sí, sin mirada, e imperturbables nervios,
dueño de rientes comarcas de ultramundo.
En el ataúd dormías, escapados los pájaros de tu albedrío;
en tu mortual decoro había una
adormilada palpitación de vida.
Tu peso en mi hombro fue el de un delgado sueño,
y en el estéril silencio del cementerio
tu reposo es el ligero reposo de una sonrisa,
de ceniza nunca severo testimonio.
Sentirás crecer un poco los árboles, de tu savia;
sentirás empinarse un poco los montes, de tu tierra disgregada;
sentirás un poco la campana copiar tu voz,
pero no estás muerto.
Tu fértil presencia está en las cosas
que rodean mis límites ampliados,
ejemplo de mi tacto, resabio de mi rebeldía,
frontera de mí mismo,
apaciguado aniquilamiento.
Eres tú a mi lado, eres tú en la sombra,
eres tú en mi cabeza que duerme contra el día,
en mi corazón vagabundo,
en mi lágrima, en mi mano, en mi pena.
Eres tú mismo en el consejo florecido,
austero en la admonición, en el estímulo placentero,
venido de un planeta dulce,
protagonista de una leyenda no disfrutada,
por un ángel fortuito arrebatado.
No mueres, no morirás, no morirías,
no puedes morir:
te lo prohiben compromisos de dulzura,
deudas de enseñanza, deberes de amor.
Estás vigilante e inadvertido, con pausa de dominio imperceptible,
junto a lo que escribo, detrás de lo que sueño;
vas a decirme que me detenga ¿ lo ves?
a la trémula orilla del mal, del turbio engaño.
Pones una mano inmaterial sobre mi hombro
en que el cansancio cruza lanzas doblegadas,
y escuchas la anécdota que te cuento
en un lento clima de indulgencia sumergido.
Depones el prejuicio de tu ausencia,
te sacudes con mano exenta de extrañeza
fácil polvo de estrellas olvidado en tu frente,
y en el afán me otorgas vigorosa compañía.
Eres tú mismo,
irrefutable en sutil evidencia
pero rebelde al fallo de mis sentidos.
Si tú no fueras,
padre, ¿cómo latiría aún mi corazón?
APARTAD DE MI A LOS NIÑOS de risas heridoras,
apartad los bosques trémulos de voces musicales,
los ríos que se quiebran en el cristal del día,
las montañas azules recostadas en la distancia,
las estrellas de aguas de plata,
las rosas, las dalias, los pájaros,
los claros indemnes ojos de la vida.
Yo no quiero sino mi luto,
el negro viento que me esculpe,
las frías manos de mi tristeza,
los desnudos huesos de mi silencio,
las lagunas ensimismadas de mi llanto,
la estepa lunar de mi pensamiento,
el rumor obstinado de la lluvia que cae en cavernas malditas,
el gotear pavorido de la noche en los pozos del mundo.
Quiero el árbol derribado que se pudre en la selva,
agobiado de líquenes, ceñido de parásitas,
comido el corazón por voraces caravanas de hormigas;
quiero el río turbio de pérfidas aguas empantanadas
que espantan las fauces sedientas de las bestias;
quiero las piedras mudas en acongojada soledad reclinadas;
los parajes insolventes signados por viejas cruces
de enfáticos crímenes que nadie recuerda
y a todos estremecen como si a cometerse de nuevo fueran;
las minas abandonadas donde imploran, de tiempo en tiempo
soterradas almas de mineros, negra cara
y negras manos, al espanto aherrojados;
quiero la noche polar y el sueño de montaña sin estrellas,
para mi alma, ciega y sorda, de inverosímiles tormentas amasada.
Apartad de mí la belleza de las horas,
la gracia del mundo florecido,
los himnos horrendos de la alegría,
el ansia núbil de la mujer,
la fuerza razonada del hombre a vencedoras empresas habituado,
pórque mis ojos sólo contienen la ácida luz de las lágrimas,
y mis labios ignoran el beso y mancillan la oración;
porque mis brazos están mutilados de ternura
y no quiero que se desborde sobre la tierra inocente
la colmada amargura de mi corazón.
YO NO SE POR QUE LLORO, si tú descansas.
De tan grande que era, de tanto cielo que atesoraba,
el corazón no te cabía en el pecho,
¿cómo iba a caber en el mundo
un corazón que no cabía en tu pecho?
No tiene sentido que te llore,
si estás en la luz disuelto,
en su intimidad incorporado,
en su novedad identificado,
si en el agua me miras con ojos de sumergida diafanidad,
si en el viento se renuevan tus palabras leales,
si en la noche navegan tus pasos junto a mis pasos,
bajo tempestades de estrellas y de apóstrofes,
si en tu sueño mismo, sin fondo, sin contornos, mi mano exasperada
ase con pavor y daño fervoroso las hundidas raíces de tu ser,
si en el río de mi sangre caen, copiosas de eternidad, tus amapolas.
No tiene sentido que te llore,
aquí, bajo el gran viento negro.
Mis ojos ignorantes, sin embargo, en ráfagas de lágrimas.
Mi corazón desquiciado, sin embargo, en nudos de angustia.
Soy el culpable de mis lágrimas y en ellas naufrago,
abandonado a los caprichosos itinerarios de las ondas del llanto.
Castígame con impulsos de frío reproche y de luz airada
porque rompo la obediencia a hostiles destinos,
contra las benignas normas de tu estoicismo alzado,
y porque con torpe mano quiero detener tu marcha de luz, castígame.
Yo no sé por qué lloro, si tú asciendes,
Pero me falta el jarro de flores olorosas de tu corazón.
Yo no sé por qué lloro.
Por escalinatas de estrellas va tu ser emancipado,
y yo soy apenas el esclavo medroso que de lelos, tu huella
desvanecida sigue, en estelar espanto desvanecido.
Seca el manantial tenebroso de mis lágrimas,
apaga el hervor de mi sangre,
ciérrame los ojos ensombrecidos,
apriétame los labios de ansia y de blasfemia,
y entonces sumisamente, bajo las lunas nuevas seré el camino de tu recuerdo,
invocaré tu nombre despojado,
cantaré tu alabanza de bondad y dulzura,
y diré a tus hijos que no has muerto,
que eres la perfecta luz de una presencia al ojo negada,
al alfanje del dolor invulnerable,
pálidamente silenciosa.
Que descansas del mal de la vida, en fin, y a la dicha
te elevas purificado,
Dignidad de acero y terciopelo;
que tu corazón desorbitado ya en el espacio se amolda;
que un día, en el mar de las estrellas confluirán los ríos
desiguales de nuestro viaje.
No tiene sentido que te llore,
aquí, bajo el viento negro,
cuando es mi corazón, tan sólo, el que ha muerto.
TE ALEJAS EN LA SUSTANCIA del tiempo.
La luz no sabe qué paisaje esconden tus ojos cerrados.
Las nubes que regresan de hemisferios ateridos
preguntan por tu sombra esculpida
en yo no sé qué tierra de ausencia, lívida y morosa.
En el río de diamante de un mayo herido
-¡mayo todavía no me había herido, no!-,
se congela en tenue eternidad tu agonía,
como de miel de caña o de obsidiana silenciosa.
La arena del sufrimiento en tus manos se desliza.
Recordarás cómo caen, cómo caen, cómo caen,
vagarosamente, una a una, dos a dos,
sin propósito definido como tristes días,
en tibio viento naufragadas, las hojas de las ceibas.
Rompan la muralla del silencio,
porque tu voz quiere proyectar su onda,
porque tu ademán quiere libertar sus pájaros.
Recordarás que en mayo la tierra henchida
senos de mujer madura en calor de violencia vegetal.
Mayo no te había herido,
sino esta luna afilada y tenebrosa,
sino esta luna nueva.
Recordarás cómo canta el agua
el aria familiar de tu sosiego.
(Pero ya baten las sonoras plantas del delirio
y aúllan los lobos de antiguos episodios
por veredas en que te nos pierdes de antemano
por la gacela del enigma sorprendidos).
¡No te vayas, padre!
¡Río benévolo y patriarcal, deténte!
Pero ya eres sustancia del tiempo,
ya eres de mi corazón cercenada lejanía,
presencia armoniosa en un mundo en el cual el olvido
a inefable memoria se reintegra
y en virtud de perduración se acrisola,
trigo y sol, miel y cristal, transparencia y vuelo,
apta materia para construir auroras,
designio puro de rendido sueño.
*
El viento negro ha pasado,
el gran viento negro
en mi corazón por mayo herido,
en mi corazón, en mi sangre, el viento negro,
el gran viento negro sin orillas,
¡el gran viento negro!
…mayo, junio, julio…
4 de agosto de l938…