XVIII
Las madres allí están, desde allí miran
las polvorientas, las hundidas madres,
secas fuentes del hijo,
los vientres desfondados,
los arrugados muslos como perlas marchitas,
largos lirios quemados por las lágrimas
en un aire que gime como los moribundos,
aire que huele a la perdida sangre
en que los hijos nadan
antes de entrar en el combate de oro,
cuando estrenen su casa de temblores
vistiendo el tenebroso
ropaje del perfecto paraíso.
Sollozan con un torpe sollozo de ceniza
mirando siempre
hacia un remoto cielo de agrias lluvias,
hacia las sementeras del otoño
donde los ojos de los hijos caen.
Allí crujen y oran y se aprietan
como gavilla de ángeles sin sueño
de sol a sol de tiempo sumergido
donde giran los hijos arrancados,
sombras de sal, recónditos caolines;
los que se hundieron bajo las violetas
funerales del humo,
los que tragaron el desierto en llagas,
perdidos en los dédalos del átomo
y en sulfúreas galaxias divididos;
los que yacen detrás dela sonrisa
guardada para el día del retorno.
ellos duermen mecidos y anudados
por la ráfaga de ojos vigilantes,
los siemprevivos que en la sombra bullen,
las maternas semillas del castigo,
huevos atroces de la primavera
final, cuevas del rayo.
Allí están sin dormirse,
sin derrumbarse nunca, en el aliado
corazón de la noche, y allí esperan.
A sus pies, con herido centelleo
pasa bramando el río de la leche,
aúlla la encelada torrentera,
y corre, corre, corre,
ahíta de cabezas de verdugos,
por la tiniebla sorda
buscando entre gargantas
escarpadas los deltas del infierno.
Visiones de Sara de Ibáñez
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