Voy perdiendo los días de estar sola conmigo,
los días recién buenos ahora descubiertos,
ahora que se van,
y una tristeza hija de mi tristeza grande
me borra lentamente las ganas de soñar;
y nace como un miedo,
un miedo a ser distinta, un miedo a ser normal,
un miedo a ser como otras: calladas y domésticas,
bondadosas, saludables quizás;
un miedo contra esposos, contra cortinas puestas,
un miedo incontenible de tener un dedal.
No sé de qué me escondo, de qué males escapo
ni qué lágrima extraña me llama desde el mar;
pero es que quiero ahora tener el mundo dentro,
volverme sólo tinta sobre el papel cordial,
caer como centella, parir como una araña
y amar, amar, amar.
Pero es que quiero ahora cubrirme con la noche,
crecer en la ternura, ser astro o animal
pues brama el infinito sobre mi propia carne
y siento como un beso de la inmortalidad.
Cuando tomo la pluma ya estoy acompañada
de alguna estrella absurda que no se va a apagar;
así, llena de gente, de historias increíbles,
de ramos de violetas,
de duendes que no hablan, de nubes y retratos
me reúno conmigo como algo natural.
Todo me deja entonces lejana, distraída,
especialmente tonta,
y a veces en la cama puedo no ser verdad.
Y estoy casi feliz y apenas me sonrío,
bailando como lluvia y amable como el pan…
Por eso en estas vísperas del día de mañana
(adiós, mi libertad)
hago como quien rompe promesas y contratos
y muere de jamás
pues soy una criatura ajena a compromisos
y temo por mis alas que sí saben volar.