Vente, niña, a mi bohío
vente, niña, a mi conuco
ven, que ya está mi cayuco
junto a la orilla del río.
Abandona las murallas
de los campos por la alfombra
y ven a gozar la sombra
de un bosque de pitahayas.
Y verás cuán placentero
bajo mi techo de yagua
es oír sonar el agua
del tropical aguacero.
Quiero verte en mi batey
más esbelta y seductora
que la espiga cimbradora
que se eleva del maguey.
Mas pronto, pronto, mi bien
si no quieres que mi vida
mustia, triste y abatida
cobije el guariquitén.
Son más rosados tus labios
que la fruta del cijao
y es más dulce que melao
tu sonrisa a mis agravios.
Es tu cariño mi ley
tu desdén es mi verdugo
más mortífero que el jugo
que destila el marunguey.
Cuán diferente, bien mío
corre al par nuestra existencia
tú en tranquila complacencia
yo en inquieto desvarío.
Tú eres la rosa galana
que de púrpura se viste
y yo soy la palma triste
que vegeta en la sabana.
Tú eres la calandria leda
que trina dulce, amorosa
y yo un ave misteriosa
quejándose en la arboleda.
¡Ay!, mi vida tiene brumas
que ocultan mis peregrinas
visiones, cual las neblinas
en el monte los yagrumos.
Y el llanto de mi tristeza
ya corre cansadamente
como asoma lentamente
la resina en la corteza.
Pero en cambio a mi dolor
a mi pena y mi agonía
tengo un cielo, vida mía
que es el cielo de tu amor.
Reflexiona, por piedad,
las palabras que te digo
y ven a partir conmigo
mi conuco y mi heredad.