He tardado mucho en llegar.
Día tras día iban mis pasos comprendiendo el camino,
unas veces me alejaba de Dios, y otras me acercaba más a él;
a veces me besaban unos labios, y a veces los sentía
muy lejanos de mí y casi muertos en la noche.
He caminado con las estaciones del año,
con los ríos silenciosos y con las estrellas;
he caminado con la tierra de trigo
y con el viento triste de las calles abandonadas
que agitaba sus alas en mi espíritu.
He tardado mucho tiempo en llegar
y muchas ilusiones perdidas como flores de almendro
a largo del sueño mantenido en las horas entreabiertas de estudio.
He tardado muchos días inolvidables,
a veces al borde de un arroyo, a veces al borde de la música,
sintiendo el corazón viajero como las nubes
y la mano dispuesta para apretar el silencio de otra mano.
He caminado la tierra más desnuda,
y los días más claros y más hermosos,
y las noches más altas y transparentes,
a solas con la llanura y con el cielo,
sin desear otra hermosura sino el nombre sereno del Señor,
mientras su voz amiga consolaba mi humana permanencia.
He tardado en llegar, pero no estoy al fin de mi camino.
El tiempo se desnuda de sus galas antiguas en la madurez del corazón,
y quedan sus horas ofrecidas en carne limpia.
He llegado por fin, y está el hogar encendido,
esperando la mirada más lenta de mis ojos,
la mirada que no termine nunca
mientras los árboles renuevan su belleza inmortal y pasajera.
Ya no quiero ser más de lo que soy
porque la luz y la sombra sienten la gratitud nacida de mi palabra,
y el canto que afirmaba mi presencia ideal entre los hombres
desmaya suavemente como si sólo fuera posible la piedad.