Está su cielo azul en la taberna.
Vino tinto se llama su Dios
—desbrozador de telarañas—
porque es barato
y alivia no sólo las gargantas.
Un reguero de palabras
discurre sinovial
en términos marineros que se desalan.
En prosa y proa siempre el mar y lo marino:
—mentirosos peces, ahítas nasas,
redes rotas por la plétora
y remo que no cía,
del este traidor la vela preñada,
el naufragio del 93, olas
y la fantasmagoría del heridor pez espada…—
Pleamar sin equinoccio en la taberna.
Traspuesta en rutinarios diálogos
—violentos o remisos—
sube y baja la coloquial marea.
Con un cuchillo sin filo apenas
se dividiría el humano vaho
que flota —que devala—
sobre las testas marineras.
Para que aviven el seso y despierten
pienso que necesitan
alguien que los oriente.