Creo en la grata mansedumbre de una manzana.
Y si de creer se trata, yo creo
en el día de Dios repartido en el cosmos
como un abanico que se abre
y cuyos rayos son caminos, tumultuosos caminos
por los cuales se despeña el hombre.
Creo en la santísima voluntad de estar
vivo donde estoy, bajo el fatalismo
de haber nacido una vez y dirigirme
hacia la muerte, sitio irreal, inconcebible,
donde es imposible permanecer.
Creo en la soledad del dulce sueño erótico
en la casa rodeada por el sueño y la soledad
en cuyo interior converso con el aire.
Creo en la virgen del retrato, en la madona
rodeada por la fuente, en la estatua
que eres tú, cuerpo del día, en el que creo
con todas las fuerzas de mi vida.
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