De «Aguas y tierras» de Salvatore Quasimodo

Antiguo invierno

Deseo de tus manos claras
en la penumbra de la llama:
sabían a roble ya rosas,
a muerte. Antiguo invierno.

Buscaban el mijo los pájaros
y enseguida eran de nieve;
e igual las palabras.
Un poco de sol, un estrellón de ángel,
y luego la niebla; y los árboles,
y nosotros hechos de aire en la mañana.

* * * * *

Lamento por el sur

La luna roja, el viento, tu color
de mujer del Norte, la llanura de nieve…
Mi corazón está ya en estas praderas,
en estas aguas anubladas por la niebla.
He olvidado el mar, la grave
caracola que soplan los pastores sicilianos,
las cantilenas de los carros a lo largo de los caminos
donde el algarrobo tiembla en el humo de los rastrojos,
he olvidado el paso de las garzas y las grullas
en el aire de las verdes altiplanicies
por las tierras y los ríos de Lombardía.
Pero el hombre grita en cualquier parte la suerte de una patria.
Ya nadie me llevará al sur.

Oh, el Sur está cansado de arrastrar muertos
a la orilla de las ciénagas de malaria,
está cansado de soledad, cansado de cadenas,
está cansado en su boca
de las blasfemias de todas las razas
que han gritado muerte con el eco de sus pozos,
que han bebido la sangre de su corazón.
Por eso sus hijos vuelven a los montes,
sujetan los caballos bajo mantas de estrellas,
comen flores de acacia a lo largo de las pistas
nuevamente rojas, aun rojas, aun rojas.
Ya nadie me llevará al Sur .

Y esta tarde cargada de invierno
es aún nuestra, y aquí te repito
mi absurdo contrapunto
de dulzuras y furores,
un lamento de amor sin amor.

Versión de Carlo Fabretti

* * * * *

También se aleja mi compañía

También se aleja mi compañía,
mujeres de ghetto, juglares de taberna,
entre los que pasé tanto tiempo,
y está muerta la joven
de ardiente rostro perenne
untado de aceite de la masa ácima
y oscura carne de hebrea.

Tal vez haya cambiado también mi tristeza,
como si yo fuese no mío,
por mí mismo olvidado.

* * * * *

Tú llamas una vida

Fatiga de amor, tristeza,
tú llamas una vida
que dentro, profunda, tiene nombres
de cielos y jardines.

Y fuese mi carne
lo que el don del mal transforma.

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