El misterio de la rosa
Para Caterina
Si supiera entender este misterio,
como un silencio oscuro que es vacío,
una paz de jardín y monasterio,
el viento inerme, trasnochado y frío.
Si supiera entender tu mano ausente,
la frágil transparencia en que reposa
tu tacto perdurable y disidente,
sería ése el misterio de la rosa.
Suponer que en la noche no te has ido,
acompañar tu cuerpo en su partida,
descubrir que el secreto se ha perdido,
eternidad de amores sin medida.
Y entender al final que en mí tú has sido
lo que se pareció más a la vida.
* * * * *
Evangelio siciliano
Para Caterina
He leído en la noche tu evangelio,
una herencia de cielos y de mares
robada a algún poeta transatlántico
que te habló entre rapsodias y bocetos
de los límites ficticios de la vida,
mientras los delineantes de los años
terminaban sus planos sin demora
para abrirte a un océano de hielo.
Conociste lugares inauditos,
te perfumaste el cuerpo con esencias
de una tierra vecina a Samarcanda
y cubriste tu rostro con las máscaras
de otoñales Venecias fantasmales.
Las leyendas de Persia te hechizaban
y colmabas tus copas de elixires
que rebosaban odio hacia la muerte,
cantos carnavalescos que inventabas
bajo la rendición final del tiempo.
Me enamoré del aire de tu cuerpo
y de tus ojos grises como nubes.
Llegaste en una tarde hecha de otoño
y te fuiste con miedo entre la lluvia
que te había traído de tan lejos,
de tu isla de naranjas siempre dulces,
de tu isla a contraluz de los ensueños.
Han pasado los años y me tienes
a expensas de tus ojos y tus manos,
y este ruido metálico en lo oscuro
es el ángel que aprieta tus cadenas.
Lloverá alguna tarde mientras sueñas
más lejos de este cuerpo que te escribe,
porque tu soledad no es la de un cuerpo,
tu soledad es más compleja y triste,
la soledad constante de tu invierno.
Con suavidad derramaré los frascos
que esconden el olor de tu existencia,
y miraré otra vez por la ventana
dibujando tu cuerpo allá en lo oscuro,
esperando una noche y otra noche,
en soledad, tu regreso en las lluvias.
* * * * *
Inundación íntima
He pensado a menudo en esa lluvia
que algunas veces llega a las ciudades
y no da fe de ninguna tristeza,
sino que cae sola y sin remedio,
como queriendo hablar de cosas buenas
que la gente se obstina -y los poetas-
en transformar en pálidas ausencias.
Porque la lluvia, el mar, las nubes, todo
lo que es acuático y azul es triste,
porque eligen los muertos esa playa,
ese oleaje, ese perenne frío,
las gárgolas hirvientes de nostalgia,
la soledad y el llanto de los niños.
A menudo he pensado en ese instante,
cuando tan sólo se es una promesa
de luz que llegará a ser luz un día,
cuando la oscuridad se manifiesta
y es un ámbito extraño de la vida,
el cuerpo que es metáfora del aire,
la palabra que es carne y vivifica.
He pensado a menudo en esa lluvia
que llega inesperadamente y lo hace
en líquidas mañanas que se acercan,
en tu noche olvidada entre los siglos
y un tembloroso mar lleno de estrellas.
La lluvia se consuma con el hombre
y se funde en el todo y en la nada.
Tu regreso inminente se confirma
y estoy solo en tu muerte como el agua.
* * * * *
Jardín de olivos
Esta noche de sangre y lunas rotas
tú me has abandonado en los jardines
nocturnos y olorosos de mi muerte.
Pero ha sido tu marcha un desengaño
sólo para los ojos, que no entienden
que hace tiempo que te has sacrificado
sin que tenga la culpa nadie y nada.
En esta hora absoluta y decisiva
me doy cuenta que es cierto que tú has muerto
porque la soledad ya no es la misma,
ni tu ausencia un regalo victorioso
envuelto entre metáforas sencillas.
Has muerto, amor, y no para mis ojos,
desengañados siempre de encontrarte
tan sólo por las calles del recuerdo;
intuyo que habrás muerto en otro sitio,
donde empieza mi muerte que transita
buscando algún refugio entre tus manos
ausentes, en tu cuerpo ausente, ausente
donde mi corazón se vuelve niño.
Invoco tu hermosura y tu regreso
rezando en el jardín de los olivos,
y sé que será en vano ya esperarte
porque tu muerte muere más conmigo.
* * * * *
Los trabajos y los días
Para Anna Torres
Deberemos tener buena memoria
para recolectar en nuestro cuerpo
la cosecha de espacios compartidos,
el humus de la vida en el abrazo,
la dimensión exacta y cruel del tiempo.
Una luna bivalva ha dibujado
aquel narcotizado mar de ensueños
donde los dos dormimos enlazados
como hiedras que ahogan su veneno
en el cielo infinito de la noche.
Deberemos tener buena memoria
para no sucumbir a ese vacío
de las horas perdidas como el agua,
cuando la casa exude tu distancia
y se empañen de muerte los cristales,
cuando surque tu espíritu las brumas
de infinidad de ríos y montañas
y el manto de planetas donde el cuerpo
no se vuelva la sombra de un cadáver
cuando llegue el otoño de los besos.
Deberemos tener buena memoria
para poder pensar en lo que fuimos,
para creer e imaginar siquiera
que ya no queda nada de los años
vividos sin tu amor cuando no estabas.
Son arduos los deberes del amante,
continuos y forzosos sus trabajos.
Para alterar los planes de la muerte,
a todo esto obliga haber amado.
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Umbral sagrado
He venido a buscarte donde emergen
las tierras de un barbecho de esperanza,
y en tus brazos de arcilla he sido libre
modelando dictámenes de dioses
que en la noche tranquila nos amaban.
He venido a buscarte entre vestigios,
por campos de amapolas inventadas
que contemplábamos con ojos tristes,
al amparo de vidas que eran agua
y volverán al agua de la nada.
He venido a buscarte en los relojes
que marcan los amores subterráneos
y el tiempo señalado de mi muerte,
tantas veces perdido y recobrado.
He venido a buscarte en los inventos
de genios devastados por el hombre,
en la alquimia de magos que se pierden
en el confín del paso de los años,
en los vestidos largos de las damas
de las cortes doradas de Versalles,
en las máscaras rotas de Venecia,
que muere todavía de belleza
cuando renace Tadzio de sus brazos.
He venido a buscarte y ya no estabas,
no estabas entre nubes bendecidas.
Tu regreso en las lluvias se demora
por el umbral sagrado de tu vida.