Elegía de las muchachas de José María Valverde

Hay tardes en que el alma
se reclina en su pena
y halla dulzura: niño
que, entre besos, se queja.

Desde el rincón de siempre
nuestros dolores diarios
se ven remotos, puros,
casi ajenos, dorados.

Y queremos hablar
del sobrante de dentro,
venciendo el dolor de hoy
con una voz sin tiempo.

Distante de la tierra
y el vivir, yo los amo,
pero una nube, en vida,
del suelo me ha apartado.

Los amo con amor
de difunto, de padre;
con amor lejanísimo,
cual si en Dios los mirase.

Y hace falta decirlo,
aunque mi voz parezca
que viene de otro tiempo
o tal vez de la tierra.

Hoy me vuelvo a vosotras,
muchachas, que a mi lado,
sois flores de tristeza,
voces de lo lejano.

¿Sabéis por qué estos ojos
de angustia y de distancia?
Hoy quisiera explicaros
viejas cosas, muchachas.

En el alma, de siempre,
llevo un presentimiento
funeral; quizá muerte,
quizá sombra o destierro.

Esa amenaza antigua
nació conmigo; estuvo
en mi primer latido,
en mi más puro impulso.

Dulces sois, sí, muchachas,
más que yo sé decirlo.
Pero yo he madurado
para un reino sombrío.

Os miro como eternas.
En paz quedáis, en tanto
yo fluyo hacia lo oscuro,
fatal, apresurado.

Vosotras sois como álamos,
quietos en la ribera.
Yo paso por en medio
hacia el mar que me espera.

Así os hablo, muchachas,
como si hubiera muerto.
Como si fuerais niñas
y yo fuera muy viejo.

Lejos estoy, lo sé.
La primavera en vano
me acercaba a vosotras
con el sol en los labios.

Un oscuro destino,
triste como un gran peso,
me alejaba, guardándome
intacto para el duelo.

Quedad, quedad gozosas
en el presente, casi
eterno; que el amor
en torno vuestro dance.

Yo, triste privilegio
del llamado a lo oscuro,
contemplo al mismo tiempo
el ayer y el futuro.

Os veo en el mañana,
en vuestra dulce vida
diminuta, bogando
por los años, tranquilas.

Y yo no sé qué muerte
o qué dolor cualquiera,
o acaso sólo, cual
soledad o tiniebla,

va a caer en mi alma
llevándome a una cumbre
helada, donde grite
sólo a Dios tras las nubes.

En la que el mundo sea
un valle, donde el hombre
alce remotos humos
y, tal vez, leves voces.

Hoy tengo una ternura
a través de los años.
La que diera una cinta,
una flor o un retrato.

Algo bello y gozoso
que quedó en la lejanía,
como un leve anticipo
de la muerte en la vida.

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