¡Un pícaro es Arnor que a quien lo cree engaña!
Humildoso a mí vino: “De mí no desconfíes;
contigo soy leal, que tu vida y tu lira
a cantar mis loanzas bien sé que consagraste…
Mira: hasta a Roma misma te he seguido, y quisiera,
en esta tierra extraña, procurarte algún gusto.
Quéjanse los viajeros de las malas posadas,
mas la que Amor procura es grata y placentera.
Asombrado contemplas las antiguas ruinas
y cruzas reverente estos sagrados ámbitos.
Los valiosos vestigios prefieres de esas obras
cuyos autores yo de visitar gustara.
¡Esas formas yo mismo las plasmé! ¡No es jactancia;
tú mismo reconoces que lo que digo es cierto!
Tú en mi servicio ahora andas flojo: ¿dó están
las formas, los colores de tus creaciones bellas?
¿De nuevo la escultura te atrae? Aún está abierta
de los griegos la escuela, a pesar de los siglos.
Yo, el maestro, soy joven siempre y al joven amo.
¡A1 viejo resabiado aborrezco! ¡Alegría!
Que en su tiempo los viejos maestros fueron jóvenes.
¡Diviértete y reviva en ti la antigua edad!
¿De dónde sacarás para tus cantos tema?
Del amor solamente, y para eso en mí fía.”
Así el sofista habló. ¿Cómo contradecirle?
Y diz que yo hecho estoy a acatar sus mandatos.
Pero, ¡ay el traidorzuelo!, que si asunto me dio
para canciones, tiempo también robóme y calma;
miradas tiernas, besos y palabricas dulces
las amantes parejas en cambiar se complacen.
Es susurro la charla, es balbuceo el palique,
y de toda medida horro el himno resuena.
¡Oh Aurora, antario solo de las Musas amiga!
¿Es que también a ti el tuno Amor sedujo?
Su amigo ahora te muestras y cada día del sueño
despiértasme tan solo porque en su altar oficie…
Sus rizos en mi pecho descansan. Su cabeza
en mi brazo se apoya, que su cuello rodea.
¡Qué alegre despertar! ¡No disipes, oh tiempo,
la imagen del placer que en el sueño me halaga!
¡Muévese amodorrada, vuélvese al otro lado,
y, no obstante, su mano de la mía no se suelta!
Sincero amor nos une y querencia leal,
y la variedad sirve al deseo de acicate.
Su manecita aprieta, y nuevamente abierto,
el cielo de sus ojos me sonríe… ¡Oh, no, aguarda!
¡No los abras aún! Que me turban, marean,
y gustar no me dejan placer contemplativo…
¡Qué formas tan divinas! ¡Qué contornos tan nobles!
Durmiera así Ariadna, ¿la dejaras, Teseo,
sin una vez siquiera besar tan lindos labios?
Pero ya despertó… ¡Ya por siempre te quedas!…
Elegías (13) de Johann Wolfgang von Goethe
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