Entonces, sólo entonces (21) de Luis Cardoza y Aragón

Cubre tu cuerpo, que está siempre desnudo,
hasta ese último lucero ya sin nombre
que desborda en un grito mudo el cielo.

Duro manantial de llamas, estatua
mineral y celeste, sobrehumana,
muerta en la vida y en la muerte viva
con su fisiología de ventana.

Despertaré: volaré por los aires.
Volaré por los aires si me olvida
esa voz alta que me sueña vida.

Nada sino tu voz y mi ceniza.
Tu dulce amarga voz y mis velas sin rumbo.
Hueso del fruto de la luz, tu cuerpo.
Nada sino silencio y cielo.

Florece tu cuerpo,
y yo me muero.
El alba.

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