El huracán se acerca a nuestra mano
perezosa la luz de mi alegría.
Yo estoy de pie, clavado sobre un llano,
para igualar su muerte con la mía.
Una sed infinita me apresura
un temor impaciente en mis oídos.
Me persigue su oscura dentadura
y acuchillan mi espera sus latidos.
Ya conozco la piel de ese tormento
de morir esperando nueva aurora,
anclado sobre un mar de desaliento,
sin que apaguen la sed que me devora.
Ya no puedo esperar. Este silencio
huele a sangre y dolor sobre mis venas.
Sobre un campo inocente yo presencio
la muerte de inocentes azucenas.
Yo no puedo esperar, que ya los ríos
no conocen el mar que más venero.
Si unos ojos se clavan, ya vacíos,
ser ventana de luz es lo que quiero.
No me conformo, no, con una hoguera
cuando hay pulsos helados todavía:
¡un volcán siempre vivo! Y de bandera:
¡una llama lamiendo la agonía!
Entrada a la esperanza de Adolfo Sánchez Vázquez
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