El día es el eclipse de la noche.
Como un sarcófago
que se abre para recoger a un muerto,
respira la mañana antropomorfa.
Como un luto, reviven las ventiscas
insoladas, sollozan los escombros,
se atreven a llorar los papagayos.
En la tierra baldía se desnuda
el pavor, la terrible calavera
disfrazada de sol, un azar puro.
Qué comen los caimanes, qué luz comen
para poder dormir cuando amanece.
Aletargados, piensan en el aire,
conjuran, para eliminar el día,
con el sueño avivado por la pústula.
Caerán los jazmines en sus bocas
como nudos y pergaminos tristes
que sólo flor darán en sus estómagos.
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