Mamá persigue, es el juego.
Al final del corredor la pared nos detiene.
Se adelanta el instante desde lo asegurado:
llega el abrazo, mimoso.
La mano izquierda sobre su pecho firme, pequeño
bajo un pañuelo de pico.
Su cuello huele a árbol de té. Corre una gota
de sudor hacia el hombro
izquierdo. Se hace oscura
en el halo forzoso del padre; deja dicho
cuerpo ese día en los años
antes de marchitarse.
Tan pequeño,
ya sé que volverá.
La pared huele a hueso,
nunca se ha ido ese olor.
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