Los ojos eran extremadamente hermosos.
Los labios de una carne muy dulce.
No era, en fin, tan joven como su belleza.
Gemía, se turbaba, descendía a los sótanos
más húmedos del cuerpo,
usaba su saliva como miel,
simulaba trances de pequeña muerte,
indudablemente efímeros y ciertos. ..
Algo en él era terriblemente delicado,
algo semejaba un perfume muy oscuro
de jazmines enfermos.
Era la suavidad de un lecho de agua,
la escurridiza obsesión de las ojeras,
la blanca piel, suntuosamente condenada.
La sexualidad más sórdida se le volvía azul.
Era el fin del mundo en filo de primavera.
Sabes que no era amor, ni amistad;
sólo un placer que se mira en espejos de noche.
Únicamente esperaba deshacer tu sensualidad en sus muslos.
Cada amanecer deseaba el horror del amor romántico.
Como húmeda flora,
putrefacción, y hermosura.
Luz lunar en un valle de caricias.
Era la belleza extremadamente turbia.
Su sexo descansaba, magnífico, como un león satisfecho…
Morboso de Luis Antonio de Villena
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