Atraviesas el cierzo y la desdicha
de un ulular hambriento y desangrado
que emerge al despuntar la madrugada.
Amanecen los pechos florecidos
por el ámbar, la luz de las farolas,
que reflejan los cuencos y canastos.
Están vacíos, cual daga sin sangre,
mordidos por dolor en sus extremos,
cuadrados por el ángel de la furia.
Todo es cálido alrededor del caos,
un fuego castrador y permanente,
un verano, con dientes por destino.
Dónde estará la nieve salvadora,
el frío baile de los tallos vírgenes,
el trovador alivio del invierno.
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