Como una lejanía sin respuesta
estás presente en todo:
en los muslos renegridos de unos árboles,
en la tibia ausencia de unas hojas detenidas
en el cansancio sin forma del ser perdido
habitante mojado de los atardeceres del sur.
Todo está en tu aire tembloroso
con fragancia a lluvia o luna de diciembre.
En tu sabor dulcemente extraño
perpetuando la noche temblorosa
de la infancia extraviada entre los labios.
Eres el anochecer de marzo con sus horas plenas.
Eres musgo o presencia helada
recorriendo no caminos sino cuerpos,
a ratos lentos, a ratos sigilosos
hacia el gimiente pulso de un límite
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