El jíbaro de Virgilio Dávila

En la montaña, junto al río,
y bajo el techo de un bohío
que el buen labriego de mi padre tejió con yaguas del palmar,
llegué a la vida en esa hora
en que la tierra se colora,
porque recibe apasionada el primer ósculo solar.

Tuve el trabajo por escuela;
tostó mi cuerpo la candela
del astro rubio que a Borinquen le pone trajes de arrebol;
bebí del campo la alegría,
y soy alegre como el día,
como la abeja laborioso, y tan ardiente como el sol.

Surge la aurora,, y de la cama,
oigo el pitirre que me llama
con sus canciones monorrítmicas desde lo alto de un cupey;
el lecho dejo con premura;
llevo mi daga a la cintura,
y con orgullo de cacique poso mi planta en el batey.

Si el caminante se extravía,
se abre una puerta, que es la mía;
para las mozas que conozco, siempre en mi labio hay una flor;
para el que ofende a mi terruño
tengo el perrillo y tengo el puño,
y mi desprecio más solemne para el servil, para el traidor.

Es mi delirio mi caballo;
en las contiendas de mi gallo,
es la victoria, y no el dinero, lo que cautiva mi interés;
no hay, como yo, quien salve un risco,
ni quien domine un potro arisco,
ni quien soporte la fatiga en seguimiento de una res.

Yo bailo el seis y la cadena
con en la tierra macarena
puede bailar un zapateado el más donoso bailarín;
tengo ribetes de coplero,
y al son del tiple vocinglero,
décimas bellas da ni numen, como da flores el jardín.

Yo sé del libro de un Cervantes
que, con sus prosas elegantes,
en un hidalgo -Don Quijote- a todo un pueblo retrató;
sé del hidalgo alguna hazaña;
y si ese hidalgo era de España,
poner en duda no es posible que de españoles vengo yo.

Desde la hora placentera
en que se anima la pradera,
hasta que el sol, como un borracho, va en los abismos a caer,
en los rastreron batatales,
en los hojosos platanales,
doy a la tierra donde aliento las energías de mi ser.

Si entre las hojas de esmeralda
de la riquísima guirnalda
en que el cafeto enreda al monte desde su base hasta su fin
lucen cual pálidas estrellas
las olorosas flores bellas
que son más tarde granos verdes y luego granos de carmín.

Si por diciembre cubre al llano
el aterciopelado soberano
con que a Borinquen da prestigio el ondulante tabacal;
si espigas dan los arrozales,
y dan mazorcas los maizales,
y brinda glóbulos de fuego el rumoroso naranjal.

Si de la caña los flautines
llevan a todos los confines
el nombre augusto de la patria como el de un nuevo Potosí,
esta magnífica riqueza,
esta aureola de grandeza
con que se nimba mi terruño, ¿a quién la debe, sino a mí?

¡Ved la campiña de mi tierra!
¡Cuanto ella vale, cuanto encierra,
es el producto generoso de mi fructífera labor!
Ved la campiña… ¡y ved si miente
el que me tacha de indolente,
y con el jugo de mi vida pasa la vida a su sabor!

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