Y es que la belleza, en efecto, promete un infinito.
¿Qué ves en el hermoso cuerpo joven?
Como un día al comienzo del verano – contestó –
cuando todo es brillo y delicia.
Y la carne vibra en éxtasis dorado,
y se balancea el pelo juvenil
como las ramas más altas de los árboles,
y semeja que el minuto aquél no tendrá fin.
¿Pero no hay más? ¿No notas acaso tú,
como si el cuerpo bello fuese la frontera de otro reino?
Es eterno, te dices. Y promete además
un mundo donde la perfección será costumbre.
Y le ves brincando en la dulce alegría de sí mismo,
como un quimérico país donde el sol más benigno
y la hierba y el río jamás terminasen…
¿Ves solamente la belleza del cuerpo?
¿La armonía del torso, la flor de la cintura?
Miras también tus deseos eternamente vivos,
tu antiguo cuerpo joven siempre igual a sí mismo,
la amistad perdurable con nobles camaradas
en inmóviles días de luz y primavera,
y el continuo torrente de la sangre detenido
con él, en el momento álgido
en que pasión de piel, espasmo entre los brazos,
significa también felicidad, amor,
perfección de lo exacto, inmutable placer
en que vive la mente su carne como espíritu…
El cuerpo juvenil es mucho más que él mismo.
Permanente promesa que se cumple en promesa,
mundo de plenitud vivido en luz del mundo,
júbilo de su tacto, oro, sed, perfumes,
como si el aspirar, el palpar, la bebida,
el vuelo portentoso no concluyesen nunca…
Y es que la belleza -repitió- promete, en efecto, un infinito.
Filósofo de Cirene enamorado del amor de Luis Antonio de Villena
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