1. Hay una guillotina implacable que ha suspendido la vida, dividiéndola. Y la vida en pedazos, está destrozada y dispersa. ¿Rehacerla? Dejé de ser. Punto aparte.
Mas, queda incrustado en el instante actual un sinnúmero de briznas vitales, como raíces tan tenaces: paisajes de álamos,
mujeres, lágrimas, razones del alma y del juicio, las familias del hábito y aquellas extrañas de todos los días de siete años.
Y los rostros, como arquitecturas, definitivos. La miel del pan y del crepúsculo. El gusto del habla que nos despierta
o que nos duerme, manjar del lenguaje para delicia del sueño y la vigilia.
Herrumbre asida y prolongada en la piel del hierro, la he cultivado y favorecido. Musgos se ciñeron a mi vida sin intención precisa de arrasamiento. Son plantas saludables las adheridas a la base del recuerdo.
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2. Del tiempo repartido al tiempo uniforme circula la sangre de los días, y hay concierto y
consonancia en este entrevero de sistemas: el boj persiste en tierras de la orquídea; alientos góticos modelan el oro
de mis templos; y encuentro dulzura en el seno de la amada lejana o presente. Sé que es posible confundir la seda y el ardor
de los antípodas. Ambos donaron su excelencia al capricho de mi mano y de mi audacia.
Mi fuga fue de un anhelo a otro anhelo. De la encina y la lógica al ágape y al amor sin puertas.
¿De qué lado me inclinará la cuerda? Me mata el equilibrio que he perdido y quisiera segregarme en dos personas.
Una voz ajena, de ultramar, me persigue: mensaje de niebla, ángel en movimiento, saeta retardada por mi prisa, que me alcanza.
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3. El mar, pero el mar bíblico, trató de impedir el corte de mi vida. Golpeó al barco y a la dársenay dejó un muelle con sal
de llanto y de ola, peces temblorosos y otros habitantes expatriados. Como a ellos, el destino me amenazó sus distancias.
La nave voló, sumisa a los brandales, en busca de bahías. Mi sed se nutrió de búcaros y salitre.
Medio mar, sin barcos, con mundos presumidos y escalas vencidas o que esperan: he aquí la medida exacta de mi viaje.
Medio mar: flor de acanto entre mis manos y buganvillas en el sueño; carbón de castañas y de usinas en mis labios sedientos
de caña y de guajira. Sol de invierno, sol de la noche larga que aún no encuentra sus cocuyos.
En medio mar me enlazaron los litorales, ambos, llamándome a un puerto de su antojo. Hubo en las jarcias más tiempo
que el vivido, y me vencí entero al opuesto cargamento: de allá y de acá me gritaron los instantes. Arranqué mi última garra
al pasado y floté sobre lo incierto hasta que la voluntad de la nave me avisó el color de le tierra de origen.
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4. Era absurdo, mas necesario, arrancarme un brazo y asirme mutilado a otra ribera. Anclado ya, siento un suelo en tremedal sobre el que marcho con los pies de la memoria. Entre mira y blanco describo mi propia trayectoria y la de todos en este mundo nuevo…
Vengo del árbol. Voy al retoño. Traigo espigas entre mis dedos. Dejo al abuelo y muerdo el vientre que prohija.
Tanta ola no me arregló nada y hay dos lamentos que buscan mi presencia. Ni la encina ni el ceibo son capaces de entregarme
una imparcial alternativa. Se me quedó una mano en el bolsillo que he dejado. Dolor vigente, suspendido entre dos labios.
Nube que se pertenece tanto a la tierra como al horizonte.
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5. Hablaba de una cuerda directora de mis actos, en la que el alma en vilo aceptaba el riesgo; y de yacer entrelazadas
las partes, en un lecho hueco, mezcladas en un mismo anhelo las dos garras, solas en medio del dolor que fermenta cada una.
Abrí la puerta y miré. Estaba erguida la costa de ultramar, atenta la solicitud. Acepté el tránsito, el desequilibrio y la falta. Consecuencia de dos muertes, avancé hacia la nueva vida. La llaga quedó en medio, ¿en el tronco intacto y en el viento
que azotaba los costados.
El retorno clausuró sus objetivos y consumó el proceso: la doble cuerda unida por el cuerpo en suspenso; el alma ahíta…;
el empeño por ser para ambos cabos igual voluntad; la fuerza y el contragolpe tímidos, sin vencerse.
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6. Salté a tierra para vengar la distancia, para medir la edad de la distancia. Pedí agua al primer pozo y me supo a agua
conocida. El reflejo no alteró en nada mi semblante. Me acosté en la arena y analicé todos los confines del horizonte:
me eran familiares. Ni el cirro ni el azul me rechazaron y entonces comprendí que estaba en casa propia. El cerebro,
en aire amigo, corrió a sus anchas: trató de conciliar las dos verdades, los dos idiomas. Sin hacer escombros del pasado
y requiriendo sus rezagos para fundirlos a la cal de ahora, hice una nación de dos afectos.
No me convino morder la almendra de la tierra baja por mucho tiempo. Quise salir ileso, sin que la hoja del trópico estropee
mi mirar tranquilo. Y subir a la meseta recostada en un desván de los Andes. Los rebaños me guiaron en el páramo. Su dueño,
el indio, reposaba junto al risco sin hablarme y reprochándome mi color y mi sonrisa. Todo entero el horizonte se le entraba
por los ojos como cosa de su dominio. Las manos abarcaban maizales y ganados. A esa altitud, el mundo le pertenecía
por derecho de paciencia, por el frío que azotaba sus cachetes sin barba y por el légamo y el humus engastados en las uñas.
En cuclillas, su perfil bosquejaba la montaña a pesar de los saldos de violencia que la tierra permitía a los picachos. Me advirtió
que en la sierra era extraño el adjetivo y que había que adaptarse a la frase sin rodeos. La lección fue de provecho
y la he aprendido.
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7. Y estoy aquí, de vuelta a las horas terminantes. Los lapsos de sueño han caducado. Me he situado en la base de los actos,
una vez agotada la razón del tránsito. Retorno a las costumbres arraigadas y debo olvidar por un instante sorpresas de trayectos.
Estoy como si nada. Me andan los pies tan naturalmente que ni me canso. Y la vista, las ideas, las horas. Parece como si no hubiese partido. Como si siempre hubiera habitado en estas calles. No temo a la montaña. El horizonte no me depende ya de ella sino que se me ha entrado profundamente para adentro. Miro adentro y la vista se me pierde, sin obstáculos.
¡Qué segura amplitud he adquirido!
Esto, exactamente esto: la página blanca se presenta en su nitidez para reclamar la acción de mi voluntad. El papel limpio guarda su secreto. Debo violar ese espejo de la idea y extraer el mosto de la novedad que correrá abundante y jugoso. Porque el sol
me entrega una mañana apta para el camino. Y el camino se abre.
Se trata, pues, de horizonte adentro. De mirarme porque no necesito el color de afuera. De marchar por ese amplísimo destino
que desconozco: mi propio destino.